martes, 6 de enero de 2009

Carta para Navegar Otro Fin de Año

CARTA PARA NAVEGAR OTRO FIN DE AÑO

Pedro León Carvajal

NOVIEMBRE 08

Noviembre entra frío, que es una dicha, es un lujo, es un estímulo que se regalan nuestra piel, nuestros huesos, nuestra circulación sanguínea. Noviembre representa una parada de blancuras agrisadas y plomizas, hasta orillar en el marrón oscuro y la tierra de sombra natural. Telonazo desplegado por el fondo que empalma con el toldo bajo de nuestra techumbre nublada. Dan ganas de temperar en las zonas cercanas al nivel del mar. Costumbre de las familias distinguidas de algunos municipios vecinos de este litoral pacífico.

Una chalina de frío se deshila en remolinos y envuelve los árboles, las casas, los animales, los hombres. Sobresale una trama de ladridos, una red sonora de motores que aceleran. Navegamos todos a mitad de camino entre las constelaciones de escorpión y sagitario. Los guineos maduros picoteados por los pájaros, el sabor de las uvas, la sed de la tierra que exagera su palidez.


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1. Mientras el paisaje exterior despliega su estrategia evolutiva, es decir su estrategia de manifestación total frente a nuestra acuciosa percepción conjunta, o cosa parecida. Ceremonia a la cual asistimos, ubicando en un margen inaudible nuestro temario de conversaciones ocasionales.
2. Un libro que alguien había o no había leído alguna vez, por accidente, por un exceso de casualidades concatenadas. De la misma manera que siempre aparecen concatenadas las constelaciones veraniegas, que, otro día, otra noche, podríamos estudiar con el auxilio de un telescopio doméstico (lo que ya implica oxímoron) y unos mapas siderales que se pueden rastrear en google y bajar desde Internet. ¿De acuerdo?
3. Poco que agregar. En medio de una laguna lamentable de lecturas que son como ayunos prolongados. Persecuciones que envejecen con el mismo ritmo que ha venido envejeciendo la maquinaria del mundo. Los recursos de emergencia de nuestro espectro temático habitual. Los agujeros negros que cierran algunos canales intermitentes de e-mail. Las aperturas efímeras que parpadean a distancia, el tren diario de mensajes descartados y borrados sin abrir, el proceso digestivo de nuestra basura electrónica. Porque algunas informaciones marginales, suplementarias, las devoramos sobre el plato de nuestra pantalla laboral. Antes de apagar la máquina y de ponernos a pensar en otro oficio.
4. He dicho lo que prefiero no callar indefinidamente, cuando se diera el caso. Cada uno de nosotros aparenta sustentar por escrito una manera propia de apretarse las tuercas en su interior. Esta es la nuestra. Que alguien más cuidadoso, más equilibrado y objetivo discriminara, y obviara luego los ripios excesivos, las muletillas y los estribillos involuntarios.
5. Por último (aunque sigamos después, cuando todos hubiéramos salido de todo esto y de todo aquello que nos constriñe o intoxica en el presente fugitivo, tanto como nos advirtiera Quinto Horacio Flaco) por último, sigamos como si nunca hubiéramos pensado ni escrito nada de esto, ni mucho menos de aquello que ya te dije. Conservemos amistades. No acechemos el alma de la discordia, al contrario de lo que nos ha aconsejado siempre Heráclito de Éfeso, el de seso espeso.
6. Porque otro elemento al que perseguimos con saña es a nuestra mala conciencia, la familiar y doméstica, no hay desvelo donde ella no cante, baile, declame y se desnude, para variar. Aunque, por supuesto, en todo caso, podemos apelar a los métodos abstraccionistas del budismo Zen, de patente popularizada paulatinamente (para rimar, por joder, al mismo tiempo que sacamos partido de tu debilidad por el ritmo que entrometen y dejan deslizar sutilmente nuestras aliteraciones oclusivas. ¿Verdad que sí?
7. La volatilidad extrema de nuestros estados sobrenaturales, Alfonso Kijadurías. No hay secuencia de párrafos que la retrate convincentemente, nuestra causa corre y acelera por el camino de la perdición. Aunque siempre podremos ilustrarla con algunas secuencias de pinturas, grabados y dibujos colaterales. Cosa que tampoco soluciona nuestro dilema, pero que de todas maneras nos produce un gran consuelo.

CUATRO GATOS ESCONDIDOS EN NUESTRO SÓTANO

Primer contacto con los libros, aparte, alfabetización temprana aparte, reglas gramaticales y primeras nociones de prosodia aparte, ellos reprocharon, reprimieron, regañaron y castigaron físicamente nuestra conducta: las profesoras, los inspectores y los directores de las escuelas primarias, o de los institutos de secundaria, nos devolvieron a nuestra casa cargando con infamantes calificaciones rojas. Nosotros persistimos, fuimos y volvimos, fingimos someternos a su férula, a la cadena de sus reglamentos, mientras nos entendíamos por aparte con otros libros. Entre nuestros preceptores y nosotros encontramos, definimos mutuamente y poco a poco, perspectivas contradictorias, establecimos claros elementos de contraste y paradoja, hallamos espejo irónico, catalogamos torpes modelos de actuación y de reflexión sobre nuestra conducta y la de los demás, configuramos un retablo titiritero (resumamos), un híbrido de aquelarre y pantomima.

La medida decisiva de corrección de nuestros resultados actuales deberá coincidir plenamente con la distancia que (a lo largo de nuestra existencia independiente) hayamos construido entre aquellas sus maneras de actuar y de pensar, y estas nuestras maneras de expresarnos hoy. Sin embargo, uno de nuestros modestos lujos profesionales consistirá en nunca mencionar sus nombres y apellidos verdaderos. Nunca arrancarlos de la sombra anónima y deforme que los involucra a fondo. Un razonable anonimato tampoco perjudica a las multitudes de todas las ciudades (o dispersas por las comarcas rurales) de nuestro tercer planeta. De tal manera que, nombres y apellidos de profesoras, directores, inspectores escolares de remotas provincias subdesarrolladas, bien pueden quedar emparedados indefinidamente en algún sótano de nuestro olvido relativo.


“USTED ES LA CULPABLE”.

Regresar a recorrer la ruta Río Grande-Lomas, implicó entregarse a los remotos placeres del ocio visual. Contemplar intensamente a una desconocida que seguramente no nos concederá la mínima atención. Acto fallido. ¿Para qué? El dudoso placer de mirar desde lejos, con un vago apetito que se define e identifica separado por un abismo del verdadero y actual placer carnal. El afán por retratar, de alguna manera, sin describir en lo mínimo, la chispa menuda que se mantiene animada y encendida mientras dura aquella epifanía casual, contingente. Un todavía más remoto y subterráneo hilo de discurso, corriendo sin forma, queriendo hilvanar a ciegas, las primeras o las decisivas palabras que en un imposible instante habría tenido uno que expresar, para darle una forma natural, humana, a la súbita intensidad de nuestro interés.

Ampliación, encore. Oír la voz grosera, el brusco acento femenino. Cacofonía y aspereza que corresponden a un paisaje bronco, tan grosero como la música mostrenca que producen, vos viste, hasta sus frutos más lozanos. Aunque lo que tragamos como náufragos fue la patente imagen visible, cuerpo sedente. Muslo, cadera, escote, seno, cabellera. Belleza carnal. Forma encarnada inmediata (aunque intocable) de un deseo que ha andado errando a la deriva durante décadas y kilómetros. (Más los que todavía vendrán, antifonó desde la sombra el mayor entre nuestros poetas menores).

Hasta que en otra parada anónima del bus, la mujer bajó, y adiós. Sin despegar los labios, sin levantar el rostro, sin mirar, sin voltear a ver, sin un solo parpadeo de soslayo para atrás.

Para nunca sin falta también suceden estos lances. Aporías anatómicas. Frutos estériles del ocio de nuestra mirada pasajera.

Think about somebody else.

RETRATO DE TRES POR CUATRO:

“Caramba. Por ahí anda aquel amigo, pero ahora es evangélico, predicador, de manga larga y de corbata, con la Biblia prensada en el sobaco, hijo predilecto de Dios, aguantámelo vos. Pero esperate no más unos quince días, en cuanto arranquen las fiestas patronales, en cuanto aquel se acuerde del olor del vicio, ahí no hay quien lo ataje ni le imponga rienda cuando rompa por lo más tupido del cañaveral, hasta desembocar intoxicado en cualquier sumidero, en cualquier cauce o botadero de basura. Aunque, por el momento, él anda en las bienaventuranzas, bajo el alero del tabernáculo, metido en celo con una de aquellas tres hermanas Berenjenas. ¿Vos las conocés?”


ENTRE LAS MEJORES FAMILIAS

“El es gay, lo que pasa es que es la mano derecha de nuestro Ministro de Defensa, está casado con una sobrina del Presidente de la República, es fiscal de una asociación escolar de padres de familia, es diácono de su iglesia, ultrellista, catecúmeno, y además es de la junta directiva de Ética y Democracia, comandante del cuerpo de bomberos, presidente del Club de Leones y miembro de número de nuestra Academia de la Lengua. Entonces no se puede declarar abiertamente homosexual”.


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1. Escribir es un ejercicio muscular, el frío puntual nos lo demuestra, sumado de última hora a la pericia de nuestro entrenamiento colateral, a los ciclos regulares de nuestro metabolismo pensante (y vos disculpá nuestra indiscreción).
2. A las cinco y 35 raya el alba, según nuestro reloj de batería, exógeno. Nuestro cerebro es una red de mapas y esquemas, cifras, glosas, referencias, versos, inducciones y deducciones, como si nuestro discurrir caminara como Hölderlin, de arriba para abajo, sin cesar, ida y regreso.
3. Sobre el colchón de tierra fresca de una maceta, con las cuatro extremidades relajadas a todo lo largo, con lo blanco de la barriga pegado a la humedad remanente, rumiándose un silencio del tamaño de la realidad que lo rodea, medio escondido entre la trama del follaje, casi perdido entre la madeja ambiental de verdes, ocres, sombra natural y grises azulados: nuestro sapo doméstico, estirando una furtiva siesta de media mañana. De cámara fotográfica no disponíamos a mano. No más nos quedó el sapo pintado en la retina.
4. Respondí, mentalmente, hasta cuatro mensajes que en estos días he recibido por correo, y que me he demorado demasiado para corresponder. Pero ahora, no recuerdo ni media frase, ninguna palabra de mis respuestas espontáneas. ¿De qué nos sirvió?
5. En cambio, ella había dejado de escribir poesía porque le daba rabia tanta mierda sentimental que se imprimía a mansalva. Pero que no le exigiéramos ejemplos, por favor, porque ella tampoco quería granjearse (así dijo) enemistades mediocres. Sic dixit Nefertiti.
6. Era otro detalle aprovechable, sonsacarle algunos latinajos a Baudelaire, que por lo demás suelen venir de Quinto Horacio Flaco, de Publio Ovidio Nasón, de Lucano. Genial por ejemplo lo de “laudator temporis acti…” (Horacio, Ars poética, 173).
7. (Notemos de pasada que nos solazamos en joderle la paciencia al prestigio inmemorial de nuestros silogismos humanos, faltamos a las reglas que determinan su ser en cadena, su causalidad específica. Preconizamos un silogismo especialista en practicar saltos de profundidad, en el cual la necesaria ilación debe atenuar su perfil por debajo de nuestros umbrales perceptivos. ¿Quiénes nos seguirán?).


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PAISAJES CIEGOS QUE ADVIERTE A VECES NUESTRO OÍDO

El frío, que constituye nuestro ingrediente básico, se va pero regresa, se aleja o se aproxima, se nos pega y restriega, crece o mengua bajo la indiferencia de la luna nueva, que cumple con lo propio de su naturaleza. El frío estructura una especie de paisaje que advierten sobresaltados nuestros huesos, mientras que despierta imágenes dormidas en los cauces marginales de nuestra memoria-paquidermo, que es quien nos transporta distraída por aquestos mundos. El frío (radicando uno en la Esperanza, Intibucá, en particular) podría identificarse con nuestros sentimientos de territorio patrio, o hallar vertiente entre nuestras radicales reflexiones sobre los presentes periplos populares de la metafísica de las costumbres. Etcétera.

Aunque Gabriel Tadeo Novoa nos aconseja apartarnos de semejantes tonalidades “te-ese eliotianas” que tanto daño han causado en algunos surcos menores de nuestra poesía centroamericana del siglo XX, por ejemplo,

Tocar no un cuerpo, sino un sueño que se escurre, que se escapa y encuentra acomodo con sospechosa, con casi disciplinada rapidez entre las branquias o pliegues menores de nuestro olvido matinal, que suele ser opíparo (aparte de declararse, no misántropo, sino antropófago, renegado e infiel, inmunizado contra las religiones y otras ideologías circulantes).

Minucias que esconden nuestras uñas. Minucias también puede (o debe) ser nombre de mujer, lo prometimos. A: Aproximarnos a los consecuentes aires de consideración conjunta, de recapitulación despiadada y de cataclismo universal, que manifiestan, argumentan y disfrutan otros textos que gozan de inmensa popularidad. B: Reconocer los beneficios cuantificables de este nuestro sistema, en funciones, de vigilancia sostenida sobre nuestras menudas cuotas de lectura (y he aquí otra palabra de piedra donde tropezamos con excesiva frecuencia:) cotidiana.

Porque pensar, reflexionar, inducir y deducir, empeñarse laboriosamente en cazar ballenas o en perseguir conclusiones (que da lo mismo) resulta con frecuencia el mayor de nuestros lujos, es decir, en las pausas, cuando dejan de acosarnos como enjambre enfurecido las menudas operaciones de logística que exigen nuestras propias y urgentes tareas (en casa) científicas del presente.

Listo. Ya terminó de amanecer este jueves. El frío universal se nos traduce en gorjeos, trinos, chillidos y silbidos desde otro más de esos paisajes invisibles que persisten en existir durante largo rato dentro de nuestro oído.

En un dado momento, dentro del flujo espontáneo de su discurrir, a nuestra célebre conferencista no le vino a la memoria, hasta la lengua, hasta los labios, la palabra “diáspora”, sino otra expresión aproximada e inexacta. La expresión adecuada y precisa prefirió flotar o rebotar a la deriva entre algunas cabezas del público asistente.

También por esto mismo había ella dejado de escribir poemas, porque cada vez que volvía a leerlos, renegaba de ellos, se le ocurría destruirlos, o comenzaba a revisarlos y cambiarlos verso por verso, verbo por verbo, adjetivo por adjetivo. Lo que representaba un esfuerzo superior (y una frustración mayor) o igual a los de escribir en cada ocasión otro poema nuevo. Insondables y obstinados círculos viciosos. Aunque ahora a ambos, a vos y a mí misma, nos de risa. Es decir: ¿Porque para qué matarse y sufrir tanto escribiendo poemas, si una puede colmarse de dicha terrenal leyendo los poemas que escribieron otros, y haciendo como si durante algunos lapsos de lucidez los hubiera escrito una misma? Porque a mí también me fascina, me hechiza, me trastorna cómo escribe la Genoveva Taleno, por ejemplo, yo me identifico con ella, totalmente.

Aunque, dejame informarte que, desde que amanezco rimador (que, en términos literarios, es como amanecer desnudo, infantil y desvalido), aunque las rimas nos parezcan fáciles, endebles y cajoneras, ya entiendo, ya asumo yo que alguna idea gruesa viene rodando despacio y arrastrando peñas y pedruscos por los canales internos de mi-nuestro metabolismo, en su camino hacia los umbrales de su expresión racional, en prosódica lengua castellana.

Horas más tarde, caemos en los anillos del anochecer. Nuestro oficio colinda insistente con un complejo hacer nada. Lapsos de coreografía donde el poniente tiñe sus antípodas con leves sugerencias de encarnación, mientras la naturaleza se resigna a la rúbrica que traza un pájaro oscuro y anónimo, que ejercita su geometría entre copa y copa de verdor, allá, al extremo, mientras brota el martilleo constructivo, que persiste en un eco imaginario del piano de Misja Mengelberg. ¿Lo oíste? Cincel contra bloque de concreto, démosle fuelle y martillo. Ninguno de nuestros teléfonos celulares se propone como garantía definitiva. Pero algo debe quedar del impulso que agita nuestras resacas alcohólicas, o que desnuda nuestras descargas apenas sentimentales.

Otra cosa tampoco se no ocurrió, así de urgencia. Se nos agotó el margen entre lo prosaico y lo sublime.


DICIEMBRE 08

Nuestro sapo doméstico burila y despeja su imagen, en el chato perfil erguido: el ojo desproporcionado, una perla negra que palpita vigilante, viva en la cara de piedra; en el semblante incrédulo: el gongorino rictus escéptico. Enseguida, cuello abajo, imitando el color de la tierra, la caja respiratoria y digestiva, forrada por la piel áspera, arenosa y volcánica. Para rematar el dibujo posterior en la sencillez de sus ancas musculares, recogidas en predisposición para un salto de profundidad, siempre en ciernes.

PERVERSO ESCOTE

Otro escote que miré desde mi altura, un escote rebosante, un escote insultante, que era como una bofetada en la definición de nuestro género. Intenté olvidarme inmediatamente de aquel escote criminal, aun sospechando que la memoria me podría traicionar en el primer descuido.


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CONTORSIÓN Y FRACTURA DEL SILOGISMO CLÁSICO

1. Me avergüenzo y reprendo a solas por el crecimiento de unas ilusiones repentinas, montadas distraídamente sobre unas casuales coreografías pseudos románticas (por apellidarlas de algún modo). Aunque por la misma lógica podría avergonzarme del crecimiento inmoderado de mis uñas.
2. Si bien todo se procesa dentro de aquellos territorios cuya defensa radica en el arte de no existir. Discreciones de las que no le doy noticia a nadie. Casos herméticos intestinos, rotondas ciegas.
3. Aunque reconozco que existen maneras menos enrevesadas de redactar versos.
4. Durante el resto del tiempo me aseo, me visto, me siento, camino y actúo (es la palabra clave) como persona cuerda, equilibrada y sensata. No doy bandera.
5. De todas maneras, antes de comenzar a escribir me domina cierta náusea, como si me provocaran pereza anticipada las necesarias contorsiones de una redacción legible. Como si me fatigara precozmente el esfuerzo de desentrañar y desplegar unas ideas remolonas.
6. Porque debemos considerar siempre nuestro tecleo como respuesta a un mandamiento pitagórico. Por principio, no concebimos una escritura ociosa. (“Although you see me reagging all the time…”).
7. Título del experimento: contorsión y fractura de nuestro silogismo clásico. Y que el mismo Aristóteles de Estagira reviviera en la persistente paciencia de nuestros ademanes demostrativos, durante los trabajos paralelos de su reconstrucción alternativa, algunas veces inversa.
8. En cambio, nos acercamos a la página 665 de las Oeuvres Complétes, de Baudelaire, donde terminaremos de leer Le Peintre de la Vie Moderne. Lectura que mucho ha madurado nuestros esquemas de atención. M. G, por un momento pensamos que pudiera ser Monsieur Gericault, pero no. M. G, es un artista imaginario. Aunque se citan los títulos de sus obras, se analizan sus actitudes frente a las mayores disyuntivas morales que confronta un artista. Sumemos nuestras dudas razonables a lo mucho que deberemos descubrir al cabo de nuestra segunda lectura, dentro de dos o tres meses.
9. Porque el descubrimiento más sorprendente, pareciera ser que, antes de verterla por escrito, la lógica que ha encadenado necesariamente estos párrafos previos no existiera más que como mera irritabilidad orgánica (para que por lo menos, en otro mundo, nos entendiera GWF Hegel). Porque en lo personal se nos antoja un fenómeno rarísimo. ¿Desde dónde nos brotan estos peregrinos enlaces lógicos? Es decir, lo más absurdo de toda lógica parece ser la puntualidad impredecible y temperamental (es la palabra clave) de sus apariciones y desapariciones.


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EL COLMILLO RECIO DE LA RUTINA

1. Olvidé, doctora, agregar que, al desvelo recurrente, debemos sumarle ciertos miedos que aparecen de madrugada, inconscientes terrores físicos relacionados con los mecanismos de la respiración, las fosas nasales entupidas que me obligan a roncar como un remolcador cargado de caimanes que remontara bajo una despiadada tormenta las corrientes confabuladas de los ríos Sikia, Mico, Rama y Prinzapolka. Aparte de cierta claustrofobia inducida, situaciones claustrofóbicas representadas en comedias baratas, capaces de provocarnos una incomodidad tan presente que nos exime de discutir su realidad.
2. Despierto y orino por primera vez entre la una y media y las dos y media de la madrugada. (¿Por qué la una y media no reivindican un artículo plural? Porque uno y medio, uno y tres cuartos, uno y nueve décimas, son todavía formas anómalas de nuestra errática y temperamental primera del singular). A veces, en dos tandas, uno consigue orinar entero ese porcentaje excedente que a la vuelta de muchos sueños le estaba sobrando a nuestra neta e ineludible primera persona del singular
3. Con cierta frecuencia leo entre las dos y las cuatro o las cinco a.m. Hora en que repica el arco reflejo de nuestro subsistema urinario por segunda vez. Orino no solamente con seriedad sino con cierta unción evocativa, con aires de grave concentración física y mental, como si por un instante empuñara en la mano la raíz y la brújula de toda poética contemporánea, habida cuenta de nuestras coordenadas históricas y geográficas actuales.
4. De lo que leo y releo, usted debería estar enterada hasta por los medios masivos de comunicación, aunque también puede ilustrarse este tema con algunos selectos párrafos previos, si resultara, para servirle a Dios, necesario.
5. Esta es nuestra rutina cotidiana (otra palabra que acá por casa nos tienen prohibido utilizar demasiado. Sabiendo hasta la saciedad que en algún momento de nuestro relato, apología o discurso a las naciones nonatas, nos resultará ineludible). ¿Usted había visto?


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DE BUZOS Y DURMIENTES

1. Resulta impresionante la cantidad inmensa de material mental que podemos procesar en sueños. Movidos no sólo por ese afán natural de anticipar las acechanzas de nuestros futuros contingentes, sino por un esmero experto en planificar a priori, por proceder en orden, por trasladar lo resumido mentalmente a redacciones que corregimos una y otra vez sobre la marcha, asegurándonos de paso para cerrar párrafo y capítulo, de acuerdo al estricto ritmo biológico que prescribe el final espontáneo de nuestros sueños (cotidianos). Así llegamos lejos, hasta remotas vecindades de lo paradójico, lo absurdo y lo monstruoso, no resulta tan difícil. Hasta cierto punto donde comenzamos a regresar en el proceso de nuestros caminos metabólicos, orientando nuestra singladura hacia las fronteras del despertar. Es de notarse, que son estos caminos de regreso los que capta y reproduce con mayor viveza nuestra memoria anfibia. Aunque su prolongado entrenamiento impulse su naturaleza muscular, atlética, a perseguir los perfiles fragmentarios de las camadas más profundas. Un hombre dormido puede ser idéntico a un buzo (obviando o metaforizando caprichosamente la escafandra, el pulmón de acero, las mangueras umbilicales y la demás parafernalia del equipo imprescindible), por esto mismo resulta lógico que quien duerme exija una ración extraordinaria en su consumo del oxígeno amniótico del sueño. Lo más natural es pues que este hombre ronque, como una marsopa a la deriva de una resaca alcohólica, como un motor fuera de borda de 48 caballos de potencia en estampida submarina. Total, cuando despierta, habiendo bien dormido y mejor soñado a pierna suelta, este hombre es siempre uno que ya viene muchas veces de regreso. Ida y vuelta.

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NUESTRAS EQUIVALENCIAS ONÍRICAS
SUELEN ENGENDRAR APORÍAS DIURNAS

1. Recupero cierta fuerza para reproducir algunos sueños. Había yo ideado un archivo, un distingo tomista, una separación mental que resolvía el orden, la estructura de una serie de otros archivos anteriores que hasta entonces habían andado dispersos, distraídos, incongruentes. Tomaba alguna que otra fotografía digital, en primer plano, para completar imaginariamente algunos baches aparentes de mi discurso en ciernes. Pero, total, gozaba yo de la sensación de alivio y bienaventuranza que suelen producir los propósitos completos y los problemas persistentes una vez resueltos. Por lo demás, la anécdota conjunta (aunque sus vértebras se desarticulaban progresiva y aceleradamente de nuestra memoria anfibia) se había tratado en suma de un movimiento lógico y gradual, como suben o bajan escaleras o esclusas transoceánicas las premisas de un silogismo de Marcel Duchamp.
2. A última hora, ya en los umbrales de nuestra prosaica vigilia, revisando una vez más el hilo de toda la trama precedente, descubríamos un ligerísimo defecto de lógica (una “aporía” habría dicho Zenón de Elea, una “antinomia” habrían señalado los kantianos) en la configuración de aquel archivo donde podrían haberse contradicho en sus finalidades nuestros afanes selectivo e inclusivo. Porque si todo el espectro de lo general cupiera de repente en una sola celdilla de lo particular, habría sido igual a que el conjunto universal de aquella realidad pudiera ser, con sólo pestañear, igual a nada.
3. Entonces desperté.


GOLPES DE PECHO.

La próxima vez que me corresponda hablar en público, debo aprovechar para explicar que padezco (y hasta sufro, a veces) de la manía irreprimible de auto corregirme minuciosa y obsesivamente, paso tras paso, palabra tras palabra, frase por frase. Mientras se trate de teclear redacciones, esta manía resulta un hábito de utilidad esencial, herramienta de primera mano, que nos pertrecha con un valioso instrumental para procurarnos sutiles delicias lúdicas, además. En contrapartida, me provoca espantosas frustraciones siempre que me he visto en la necesidad ineludible de hablar en público, renunciando así al derecho que me asiste de volver atrás cuantas veces quiera sobre mi discurso escrito, y corregir, sustituir, tachar, eliminar o agregar a destiempo todo lo que se me pegue en gana. Nuestros lectores, por tanto, siempre salen ganando la ventaja de tragarnos un tanto más filtrados, más potables, casi precocidos. (Aunque, como dijo el señor K, en El Médico Rural, esto último también puede resultar una engañosa apariencia).


ENERO 09


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1. Desaprovechamos la ocasión que la bisagra del fugitivo fin de año nos brindaba para practicar mudanzas radicales (o cuando menos, drásticas) en nuestro metabolismo evolutivo. Procedemos en la consecución de nuestras rutinas vigentes. (Así, con ese cuento, hemos venimos produciendo los más grotescos y deleznables versos que a lo largo del camino se pudieron enredar entre los cordones de nuestros zapatos).
2. Mis terrores nocturnos, amén de notablemente leves y discretos, aparecen limpios de implicaciones religiosas o, en general, supersticiosas. Son meramente físicos, proceden al margen de mis rémoras de culpabilidad (margen de navegación lentísima), para seguir consecuentes con nuestro apego fanático a los lenguajes metafóricos. Su punto de mayor delicadeza logra unos chisporroteos de contacto con las cuerdas de donde cuelga nuestro insomnio ritual, y da en susto. Estos sobresaltos son lo más incómodo de todo el circuito. De ahí que nuestra vida nocturna aparezca cundida de baches, lagunas y archipiélagos boscosos.
3. Como una cuadrilla de roedores que inspirados desmenuzan toda la materia aprovechable que cae al alcance de sus instrumentos naturales, la mastican, la ingurgitan y le dan curso analítico-metabólico, por ardua o insípida que les resulte a sus aparatos gustativos y digestivos. Desde que el olfato o el mero instinto (que a veces coinciden en una misma fecha y lugar) les hubieran franqueado la circulación. Así proceden unas neuronas zurdas dentro de mi cabeza, a las que a veces considero extrañas, es como si estuviera desconociendo muy despacio mi propia figura en unos espejos demasiado pequeños.
4. ¿Dónde estaban estas mismas ideas anoche, cuando quise escribir pero no se me ocurrió nada?
5. Porque un poeta de verdad nunca debe despegar los labios, ni mucho menos inducir sus falanges al tecleo abnegado, a menos que su lengua o que sus dedos vengan empujados desde el fondo (desde el fondo de sí, arrodillados, enfermos, gordos y tristes como Pablo Neruda), urgidos por la presión brutal de unos ineludibles versos. Debe ser algo igual o sumamente parecido a consumir ocho litros de cerveza sin levantarse de la mesa al mingitorio, o como viajar 245 kilómetros de carretera sin asfalto, en un transporte de tercera clase, aguantando además unas rollizas ganas de cagar, si usted disculpa este tipo de comparaciones.
6. Porque curiosamente nuestros terrores refrenan y moderan su presión arterial en cuanto trasponemos umbrales y damos inicio a nuestra cadena de performances oníricas (aunque recurramos a esta otra palabra detestable, pervertida y devaluada: “onírico”. Si no es que, a lo mejor, todo el léxico, la prosodia y la sintaxis de estas redacciones sean en el fondo detestables. Pero ¿de qué otra manera evitar la desaparición de nuestras esforzadas reflexiones?). Quiero decir, que una vez dentro del sueño, envueltos en las mallas de su trama, asumidas y engullidas sus ficciones flagrantes, suelo proceder mediante frío y mesurado cálculo, con una rigurosa capacidad de raciocinio, que en la vigilia sólo soy capaz de alcanzar y de ejercer en momentos excepcionales, y muchas veces con el auxilio de algunas sustancias levemente tóxicas, no siempre consentidas o toleradas por nuestros códigos penales.
7. Se rueda enero, sol, cámara y acción. Se percibe apenas el chirrido lubricado con que se arrastran en “traveling” unas nubes retrasadas, como colosales cerebros de elefante despercudidos con detergente comercial (elegí vos la marca). (Las nubes trasnochadas ignoran que desde ayer se nos terminó el año pasado). Mientras el resto del universo desconfía de esos falsos cambios o progresos ficticios que solemos celebrar tanto los humanos.

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